Río Grande, 102 años: recuerdos de la vida cotidiana y el progreso de la ciudad
Repasar los testimonios del libro “A hacha, cuña y golpe” (1995), de las historiadoras María Luisa Bou y Elida Repetto, representa mucho más que un pantallazo de la historia de Río Grande y sus flamantes 102 años.A través de sus 28 testimonios surgen anécdotas y recuerdos que, en ocasiones, por la ‘mala memoria’ de los entrevistados abre nuevos interrogantes sobre cómo era la vida de quienes vivieron, en primera persona, el desarrollo y progreso de nuestra ciudad.La primera usina“¡Pinola y Martínez dieron luz al pueblo!”, relató un entusiasta Juan Muñiz, nacido en Asturias en septiembre de 1907 y radicado en Río Grande en 1937.“Después vino la instalación de la usina, y eso remató el progreso, digamos así, empujó el progreso primeramente colocando la usina, vendiendo la casi totalidad de la corriente eléctrica que producía, porque la usina en sí fue instalada en un taller mecánico, de Pinola y Martínez (…) Martínez había salido de Aeroposta y Pinola había sido un mecánico que trajo Raful. Se unieron los dos e instalaron un taller mecánico, porque antes no había más que el de Raful. Pero al poco tiempo, como no había muchos automóviles y no había mayor negocio, ellos comenzaron con un motor inglés (…) y comenzaron a dar luz primeramente a las manzanas circundantes a donde estaba instalado el taller mecánico. Después al taller lo dejaron de lado. Lamentablemente, no hubo un festejo especial ese día. Yo en ese momento era también contador de ellos. Éramos los tres muy amigos y yo me hice cargo de la contaduría de la usina, hasta que se llevó la usina más arriba con motores que la gobernación les facilitó, porque ellos no tenían capital para que dieran a luz a todo el pueblo (…) La gobernación empezó a darles un poquito de apoyo entonces ya se instalaron donde después se creó la Cooperativa, allá por el 68,70. Primeramente trabajaron mucho Pinola y Martínez, hasta que Pinola se fue a los tres o cuatro años, pero ya estaba instalado todo. ¡Ellos hicieron la luz! (…) Martínez y Pinola eran personas muy modestas y no hicieron mucha algarabía para inaugurar la usina”.“La llegada del Batallón fue el progreso”Muñiz relató además la importancia que tuvo para la ciudad la instalación del actual Batallón de Infantería de Marina N° 5.“En frente de lo que es hoy el Banco Nación, había un surtidor de agua, un manantial y después, con el progreso y la llegada del agua corriente, eso se tapó. Yo no llegué a tomar de esa agua (…) El agua corriente vino con los soldados, el Batallón de Infantería de Marina que ha dado mucha vida a Río Grande (…) ¡La llegada del Batallón fue para nosotros una cosa nueva y un progreso! (…) En esta época también aumentaron las ventas y la gente fue afincándose más, y comenzaron a abrir otros negocios, almacenes y de oficios varios: mecánicos, zapaterías, en fin, todo eso creció y le dio al pueblo un empuje grande. Esto fue en la década del 40, antes de irme yo”.“Casa Raful, la más surtida”Miguel Raful cuenta sobre su tío, José Raful: “La primera casa comercial en Tierra del Fuego fue La Anónima, y después mi tío instaló la suya. Estas dos junto a la de Federico Ibarra eran las tres casas comerciales de Tierra del Fuego (…) Mi tío tenía su matrimonio sin hijos y tenía una situación muy buena ¡Era como un Banco! Mi tío, José Raful, tenía fama en Buenos Aires, en todos lados. Tenía un concepto bueno en la gente y tenía grandes capitales (…) En la ciudad decían ‘Casa Raful es la más surtida’. Estaba donde está el Banco de la Nación, toda esa manzana era de la Casa Raful (…) Mi tío era un señor. Toda la gente decía que era un señor (…) Él me decía que había que atender bien a los clientes porque era lo mejor que había en Río Grande. Y la verdad, era una clientela muy distinguida ¡Toda la gente iba a Casa Raful! ¡Todas las empresas de afuera, cualquiera, llegaba a iba a Raful (…) Mi tío era una persona excelente y yo, gracias a Dios, me crié con él hasta que falleció, en el 58”.“Gané con el voto femenino”Alberto Vicente Ferrer fue intendente de Río Grande en dos períodos: entre mayo de 1973 a marzo de 1976, cuando la Municipalidad quedó en manos del Capitán de Corbeta J. Saralegui. Un mes más tarde, Ferrer reasumió su cargo hasta abril de 1981.Entre sus relatos sobre la ciudad, Ferrer recuerda que “cuando se avecinaron las elecciones en el 72 empezó el movimiento político. Yo no era político y llegué al cargo, pienso, por casualidad. Acá se formó un partido vecinal, la Agrupación Vecinal y uno o dos días antes del cierre de padrones y presentación de candidatos, me ofrecen la posibilidad. Yo, la verdad, que no me sentía en condiciones de aceptarlo. Pero me insistían tanto que acepté pensando que no íbamos a ganar. Ocurrió que ganamos y a partir de ahí hubo que apechugar y salir adelante (…) Mis oponentes eran Albino Álvarez por el Partido Justicialista, ya fallecido al que le guardo un gran respeto y gratitud por la ayuda que me brindó cuando yo vine acá. Estaba Arteche, que era muy buena persona y ya falleció, por el MID; Omar Frips por la UCR y Emilia que es una rival importante, por lo luchadora (…) Todo el mundo pensaba que iba a ganar Albino Álvarez y resulta que yo gané. Pensando después porqué gané, porque yo era nuevo en Río Grande, posiblemente el hecho de haber trabajado en la Municipalidad y haber estado en Obras Públicas y tener un trato diario con muchas personas…!Yo gané con el voto femenino, aunque parezca mentira! ¡Aclaro que ganamos por 19 votos! Había una sola mesa femenina. Hasta esa mesa, o ganábamos por uno o perdíamos por dos. En total eran 1.500 votantes, de los que habrán votado 1.200 o 1.300. Cuando llegó la mesa femenina, ahí se hizo la diferencia”. Una obra indispensableEsa máquina del tiempo ofrece datos muy curiosos, como el hecho de recordar que solo vivían en la ciudad “unos 300 habitantes blancos y no más de 150 onas”, según recuerdan los antiguos pobladores. Ciertamente eran un número de población muy pequeña; se encontraban unos y otros diseminados en un vasto espacio; distanciados además por el clima; la inexistencia de caminos o la precariedad de aquellas primeras huellas que empezaban a conectar algunas estancias.Algunos vivían en puestos o cascos de esas estancias; cerca del Cabo Domingo, en la Misión Salesiana; otros comenzaban a vivir en la desembocadura del río Grande: dentro del Frigorífico o en “una franja de tierra en la margen norte que se extendía desde el puente, hasta donde estaba Triviño allá en la punta”, recuerda el testimonio de Franka Susic.En ese tiempo la misma desembocadura del río Grande adquiría otro protagonismo. Allí ya estaba el frigorífico CAP, como protagonista de la ciudad, construido en 1917, los muelles y el puente donde se angosta el río. En 1915 se había inaugurado la Subprefectura Marítima, provisoriamente a cargo de la Aduana y al año siguiente, la Estación Radiotelegráfica y un servicio público telefónico, que conectaba el frigorífico con las estancias vecinas, cuya central fue ubicada cerca del muelle.¿Cómo era Río Grande en 1921 cuando el Gobierno Nacional lo reconoce oficialmente como Colonia? La vida laboral, las amistades y las familias, la vida cotidiana. El Padre Belza –otro de los entrevistados- recuerda en el libro: “Todo tenía que levantarse a pulmón en un desierto helado sin la infraestructura necesaria de caminos, puentes, puertos y vehículos tanto para montar la empresa en su totalidad como para mantenerla y comerciar sus frutos”.Todas las historias refieren distintas alternativas u oportunidades. Mientras disminuían las ofertas de trabajo en Punta Arenas, algunos cuentan que mejoran sus ingresos con el frigorífico en Río Grande. Otros, en cambio, se arriesgaron en otras actividades mientras iba apareciendo el deseo de radicarse y formar familia.Mirko Milosevic trae –entre las páginas del documento histórico- recuerdos de la vida laboral: “En 1925 o 1928 cuando yo empecé, en ese tiempo el frigorífico era el que mejor pagaba, yo ganaba $95 y en las estancias estaban pagando $20 o $30 mensuales (…). Antiguamente en la fábrica se faenaban 300.000 animales de las estancias José Menéndez, María Behety, La Ruby, Cullen, Viamonte. Con esas estancias ya casi cubría la hacienda que necesitaba para exportar a Inglaterra”.La época además recuerda que no había un puente que uniera la Margen Sur del río Grande, donde afloraba la vida laboral en el frigorífico, con el sector norte, y muchos oficiaban de “boteros” en el cruce del río. “Yo fui botero, cuando terminaba la zafra, por ejemplo, cruzaba pasajeros para el otro lado; en los tiempos que yo estaba había siete u ocho boteros”, relata Mirko.Las historias hablan de un “tiempo crudo”, de una excepcional intensidad como si fuera la evocación del invierno, su oscuridad, su inclemencia. Un tiempo donde hombres y mujeres se reconocen por su ingenio y sobre todo sus agallas.Las estancias, el frigorífico CAP o la Misión Salesiana aparecen en la memoria como verdaderos sitios donde el trabajo se encontraba ya organizado. Mientras que la “aldea” como algunos solían llamarla, comenzaría a formarse con el correr de los años.También había tiempo para el juego, en palabras de Mirko: “Había también cancha para jugar al futbol, y se corrían carreras (…), los que vivían acá tenían sus caballos ya preparados. Había argentinos, chilenos, buenos jinetes, y se hacía ahí en el Tropezón, en Punta María; ¡Se la pasaba divertido!”.“En ese Río Grande había pocas chicas –dice Mirko- ¡Más hombres que chicas! Había familias que tenían hijas bonitas. Pero aquí venían algunas que por ejemplo venían a buscar marido y no importaba si eran lindas, gordas o flacas porque había pocas mujeres. Yo también me casé acá, en el 42, con Rosa Almonacid (…)”.La tierra era motivo de disputas, según cuenta Sara Sutherland: “Los conflictos que hubo fue porque muchos de los que ocupaban la tierra fiscal se creían ya dueños de todo; pero pagaban como arrendatarios más que nada. Al sacarlos, se achicaban muchísimo las estancias grandes y por eso venía el conflicto con los nuevos propietarios, aunque estos no lo eran todavía, porque les daban primero el certificado de pastoreo. Después vino el arrendamiento y los títulos de propiedad, mucho más tarde”.Ronald Mc Donald recuerda que su padre llegó a Río Grande en 1903, y podría haber nacido aquí en 1921, sino fuera porque muchas familias optaban por viajar a Punta Arenas, donde la atención médica era más segura. “En ese tiempo no se arriesgaban a quedarse, muchas mujeres se iban a Chile a tener familia, era en ese tiempo el lugar más cercano para esas cosas, acá no había nada”, cuenta.También su educación secundaria transcurrió en Punta Arenas: “Yo creo que aquí en el año 1927 se puso el primer colegio, los primeros años mi madre me enseñaba en el campo”, menciona su relato.Dentro de su memoria lejana de niño de 9 o 10 años, en un relato contado muchos años después, Ronald menciona: “Me acuerdo lo que había en Río Grande en ese tiempo, me acuerdo de la comisaría, la prefectura, ¡Estaba Triviño allá en la Punta!, Van Aken, la casa de Rafúl. Me acuerdo del Frigorífico, de la Estancia de Don Esteban Martínez, tenían la Aeroposta. En ese tiempo era muy difícil, mi padre tenía un Ford T y salíamos algunas veces a hacer algún paseo ¡pero había que hacer un preparativo el día antes para que el coche se pudiera poner en marcha! No era como ahora que se aprieta el arranque. En esa época se andaba a caballo y si se reunían las familias sería una o dos veces al año para las fiestas”.Y una mención especial para el histórico Puente Colgante: “El puente colgante es de 1926, lo hizo Menéndez para pasar sus animales para el Frigorífico, el movimiento de vehículos era cero, el puente se hizo exclusivamente para pasar animales”, dice Ronald.