En Tristes Trópicos, libro tan maravilloso como inclasificable, Lévi-Strauss observa cómo las ciudades construidas en laderas montañosas desarrollan, por distintas razones, su propio «altímetro social»…
RIO GRANDE (FABIO SELEME*).- En Tristes Trópicos, libro tan maravilloso como inclasificable, Lévi-Strauss observa cómo las ciudades construidas en laderas montañosas desarrollan, por distintas razones, su propio «altímetro social». Al describir Río de Janeiro señala el hecho de que en las alturas de los morros —formaciones rocosas calurosas y sin agua en la cima— se aglutinan las clases bajas en las populosas favelas mientras que en las zonas bajas viven las clases altas. A este patrón lo contrasta con lo que sucede en Chittagong, en el golfo de Bengala, donde los pobres se aglutinan en las zonas bajas y pantanosas mientras los ricos se atrincheran por seguridad en fortalezas construidas sobre mogotes cónicos de arcilla.

El “altímetro social” funciona en estos ejemplos como una dualidad simple: arriba es A o arriba es B. Sin embargo, en Ushuaia se presenta en este sentido una curiosidad que desdobla la regla. En la ciudad más austral del mundo, la altura misma, su posesión y conquista se han convertido con el tiempo en un campo de batalla, donde la misma condición espacial alberga sentidos antagónicos y distintos actores sociales, políticos y policiales operan para imponer normativamente el control sobre las zonas altas. Se trata de una anomalía compleja donde la altura está literalmente en disputa entre dos fuerzas opuestas: la marginalidad local y la economía global del turismo. No existe una sola “parte alta”, sino dos tipos de alturas con sentidos diametralmente opuestos: la altura con vista privilegiada, valorizada por el lujo y el paisaje como sucede a los lados de la ruta que lleva a la base del glaciar Martial, y la altura periférica y hostil, sin servicios esenciales, ocupada por la fuerza por quienes son expulsados de la formalidad por la escasez habitacional, desplazados por un mercado inmobiliario que canjeó el destino de las viviendas para uso de hogar permanente por la renta turística temporal. Urbanísticamente, la ocupación de la altura se expresa también de manera antagónica. Mientras la conquista hotelera con sus spas, salones de conferencias y restaurantes de lujo sube mimetizándose con la vegetación, la ocupación poblacional de emergencia se revela como un cráter en el bosque con forma de ola expansiva. Arriba, en la cota del lujo, el paisaje se contempla desde losas radiantes a través de doble vidriado hermético. Arriba también, en la cota de la necesidad, la altura significa una exposición mayor al frío y el viento, donde el bosque talado ya no protege y las garrafas y la leña verde son el único refugio. Las empresas simulan el respeto por el ambiente con su arquitectura “sustentable” y “eficiente” al mismo tiempo que las usurpaciones lo destruyen sin disimulo con su arquitectura de desecho y subsistencia. Frente a la mercantilización del paisaje que practica la industria turística, la ocupación informal responde con una territorialización forzosa. En la topología sociológica de la cordillera que sube desde el canal de Beagle, donde el capital ve un producto, la necesidad ve un hogar. Mientras una convierte la vista en valor de cambio, la otra convierte el terreno en valor de uso, imprimiendo en la ladera la biografía dolorosa de quien lucha por un lugar en la ciudad que el turismo ayuda a construir, pero cuyos beneficios no reparte.
En Ushuaia, la segregación no sigue un mero gradiente de clases en las distintas cotas, sino que expresa una tensión espacial entre la renta del paisaje —la vista de postal— y la necesidad de hábitat —la periferia forzada a la intrusión—. Es un ejemplo elocuente de cómo la geografía y la economía del turismo global se articulan para producir una forma de dicotomía espacial única. La disputa por la altura, al corporizar la lucha entre el producto estrella del turismo y el excedente poblacional que en gran medida vive de él, se convierte en otra escena escatológica del autosocavamiento del capitalismo, todo lo cual resignifica el mote de “fin del mundo” que lleva en su corona Ushuaia. Tragedia urbana y ecológica, donde la búsqueda de la máxima renta del paisaje termina por anular el valor intrínseco de ese mismo paisaje que explota. Así, la ciudad se realiza como el despliegue de la contradicción donde en la misma montaña se encuentra la cima del privilegio para quien visita, o la de la intemperie absoluta para quien sirve y trabaja. Cortocircuito en la vista exclusiva del hotel, a la que termina interponiéndose la cicatriz de la pobreza.
(*) Por Fabio Seleme – Licenciado





